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viernes, 18 de noviembre de 2011

PAINTBALL, RELATO ERÓTICO BY ÁL (ALVARO PEREGRINA)

Uno de los mejores escritores que conozco. Y una de las mejores personas. Digo esto no sólo porque sea divertido, amoroso, ingenioso y adorable, sino porque es un Ser lleno de talento...¡que tenemos la suerte lo comparta con nosotros! ESTE ES UN RELATO ERÓTICO QUE HA ESCRITO ÁLVARO PEREGRINA GARCÍA, UNO DE LOS ASESORES DE DISFRUTAMOSJUNTOS...¡¡¡¡MIL GRACIAS ÁLVARO POR ESCRIBIRLO Y COMPARTIRLO!!!!
Que lo disfruteís tod@s....




                              
Me preguntaba si ella se sentía igual que yo. Era viernes y teníamos la reserva confirmada desde hacía más de un mes, pero ya quedaban apenas horas para “el juego” y toda la incertidumbre acerca de lo que íbamos a experimentar, lo que podríamos sentir y las consecuencias, si es que las había, que podrían surgir no paraban de dar vueltas en mi cabeza. Pero estábamos decididos. Lo habíamos hablado durante meses, poco a poco y habíamos sopesado los pros y los contras, y lo que era seguro era que a los dos nos apetecía.

Primero fue un comentario, cuando me enteré que existía y lo compartí con ella como quién comenta las noticias. Poco después la sorpresa, cuando resultó estar interesada y se informó en Internet enseñándome las localizaciones, las condiciones y las opciones que teníamos para participar. Finalmente la decisión cuando nos sentamos a hablar en serio sobre la idea de participar de una experiencia que podría afectar a nuestra relación y la aceptación de un maduro y verdadero pacto de pareja.

Yo lo había escuchado de un compañero en el trabajo, quién tomando café nos contaba los detalles de este “juego” sexual en el que había participado con su chica, pero nunca imaginé que mi novia y yo íbamos a vivir una experiencia parecida, y allí estábamos, preparados para salir hacia aquella aventura única. Metimos las cosas en el coche y nos miramos a los ojos como buscando una duda que pudiera echarnos atrás. No la había. Sonreímos y la sonrisa del otro nos aplacó los nervios. Estábamos en ruta.

En el trayecto estuve revisando los formularios. La empresa que organizaba el evento nos los envío por e-mail: descripción física totalmente detallada, preferencias sexuales, en qué estaríamos
dispuestos y en que no estaríamos dispuestos a participar en un encuentro sexual y la hoja de compromiso que, según los organizadores, no sólo les eximía de cualquier responsabilidad en cuanto al impacto que el “juego” pudiera tener en nuestras vidas, sino que además nos servía a nosotros mismos para sentar las bases de un acuerdo que no dejaba lugar a reproches o complicaciones entre los miembros de la pareja, ya que en el formulario se aceptaba el tiempo que duraba como un paréntesis en la relación, y el mismo acuerdo era firmado por ambas partes.

Después de dejar la autovía tuvimos que conducir aún dos horas por una carretera secundaria hasta llegar a la finca en la que tenía lugar el evento. Había también bungalows en los que podías quedarte a pasar la noche, pero no sabíamos como nos sentiríamos después del juego y pensamos que ocurriese lo que ocurriese era más seguro volver a casa, un lugar propio donde siempre se siente uno a gusto. En la propia cancela exterior había un portero electrónico. Llamamos y nos preguntaron el nombre. Nos hicieron esperar un poco y la cancela se abrió automáticamente. El caminito de arena conducía a una explanada frente a una casa de madera en la que colgaba el letrero: Recepción. Nos habían dicho que no era probable encontrarnos con nadie que no fuera empleado, ya que nos citaban a distintas horas y se aseguraban de que no nos encontraríamos con los demás participantes antes de que fuera necesario. Al entrar en la cabaña una señorita muy simpática recogió nuestros formularios, nos tomó los datos, nos cobró y llamó a un chico que amablemente nos acompañó, por la puerta de atrás de la cabaña, hacia otra cabaña cercana donde nos dijo que encontraríamos todo lo necesario para cambiarnos. Nos dijeron que esperásemos y que nos llamarían por separado.

Era el momento clave. Nos habíamos apuntado a esta especie de “paintball sexual”. Cada uno iba por toda la extensión y consistía en encontrar a otras personas, totalmente desconocidas y anónimas, y practicar sexo con ellas. Los grupos se seleccionaban según las preferencias de los formularios y el
pacto era que cada cual de la pareja podía hacer lo que quisiera y luego era opción suya contarlo o no a su pareja, hablar o no de ello, compartir o no las sensaciones percibidas. En nuestro caso, fuera de papeles, decidimos que no nos contaríamos nada.
Había un terreno preparado al uso: muchos recovecos donde esconderse, ocultarse, por los que ir explorando el terreno, pero acomodado para que se pudieran dar fantasías sexuales como las que se ven en las películas. Si te encontrabas con alguien podías decidir o no tener sexo con esa persona, pero si le rechazabas esa persona debía marcarte la vestimenta, que consistía en una especie de mono (los había de distintos colores) como el de los obreros pero de un tejido suave, que debías ponerte sin nada debajo, y con cremalleras por todas partes que daban acceso a distintas partes del cuerpo. Se marcaba la ropa, según nos dijeron, para evitar que alguien fuera rechazando a todo el mundo una vez iniciado el juego y para evitar el “voyeurismo”, si se accedía, era para participar.

Me llamaron primero a mí y mi chica se quedó en la cabaña. Me excité ya saliendo por la puerta, y me dirigí a una de las rutas que había señalizada en el terreno. Fui paseando y pasé cerca de una especie de jaima, como las de Marruecos, todo lleno de telas suaves y muy coloridas, esencias, aceites y frutas. Había una pareja con otro chico. Uno de ellos le lamía los pies a ella, que masturbaba al otro chico a la vez. Mi erección hacía que me doliese la polla, y seguí adelante buscando otros escenarios. Oía una cascada y me acerqué entre unos árboles para verla de cerca. Era una caída de agua desde un peñasco a una especia de laguna artificial rodeada de rocas llenas de jabones de distintos aromas y aceites corporales. En el agua había una chica tomando un baño de espuma. Era morena de piel, cabello largo y muy oscuro y rizado. Tenía unos grandes ojos que me invitaban a meterme en el agua y su sonrisa no hacía más que completar su bellísima cara. Me desnudé y me introduje en el agua mirándola fijamente y notando los cada vez más intensos latidos del corazón en la cada vez más tersa piel de mi polla. Nos saludamos tímidamente, pero ella se acercó directamente y me hizo un
gesto para que me pusiera de pie. Con las espuma y agachado el agua no cubría mucho pero de pié no llegaba sino a la mitad de mis muslos y allí estaba yo, frente a ella, con toda mi erección esperando sus labios. Ella se incorporó un poco y dejó ver, cubiertos parcialmente de espuma unos grandes y preciosos pechos con los pezones tanto o más erectos que mi polla. Se aproximó a mí y enjuagó mi cuerpo y empezó a besarme en la ingle, el vello húmedo de mi pubis y a pasar su lengua por mi miembro dando besitos hasta que se lo introdujo en la boca. Succionaba con suavidad al principio, luego más fuerte, llevándome a un estado de excitación que no había conocido, no sabía si era por la situación o por su buen hacer. Repentinamente me giró y hundió su lengua entre mis glúteos. Esto si que no me lo esperaba y me pilló desprevenido. Nunca antes lo había experimentado y no hubiera podido ni imaginar el placer que se sentía. Me trabajó a conciencia y yo notaba como se relajaba mi ano, como me calentaba y humedecía con su saliva. La chica empezó a deslizar su lengua hacía arriba, subiendo por la espalda y llegando hasta el cuello. Se acercó a mi oreja y me susurró: “tengo un secreto”. Le pregunté cual era y como toda respuesta me abrazó desde la espalda. Hubo un momento de silencio y quietud. Los dos desnudos, abrazados, yo notando sus pechos en mi espalda y su polla acariciándome los glúteos. No lo esperaba, me sobresalté pero a la vez se me erizó toda la piel y me di cuenta de que mi erección se intensificaba con mi excitación. Me giré y le besé la boca apasionadamente, ella supo interpretar mi respuesta a su secreto. Fui recorriendo su cuello y le bese los pechos hasta llegar a los pezones que mordí suavemente, y continué descendiendo por su hermoso cuerpo hasta el ombligo. Dudé un momento pero me sentía fuera de mí llevado por el deseo sexual, el morbo. Fui un poco torpe al empezar a comerle la polla y cuando la tuve casi entera en la boca la sentía latir, caliente, dura y suave. Me hizo un gesto para levantarme y me giró de nuevo acercándola a mí culo. No me dio tiempo a pensar mucho, pero me hubiera dejado igualmente. Mi cuerpo me pedía que le dejase entrar cuando se acercaba y su calor me encendía los glúteos. Era como una chica pero podía e
iba a follarme. El momento de penetrarme fue algo más complicado. Era mi primera vez, me tensé y eso me cerró y sentí un dolor intenso. La chica se frenó, me dijo que me calmase y me pidió respirar profundamente. Al hacerlo aprovechó para introducirse completamente y en ese momento el dolor desapareció dando paso a un placer contenido, creciente y que se expandía dentro de mi. Empezó a entrar y salir de mi cuerpo y el rozamiento multiplicaba las sensaciones. El cuerpo se relajaba y mi corazón latía cada vez más rápido. Mi cuerpo me pedía movimiento porque tenía una sensación ambigua de no poder soportar tantísimo placer. Me notaba la piel de todo el cuerpo tersa y los vellos erizados. Empecé a masturbarme sin poder evitarlo y entonces me embistió con fuerza y rapidez y finalmente al sacarla derramé mi semen sobre el agua mientras ella derramaba el suyo sobre mis glúteos. Me apresuré a limpiarme, salir del agua y vestirme rápidamente. No era eso lo que había buscado, pero no me arrepentía. Me había dejado llevar y me había gustado, pero pensándolo en frío no era lo mismo. Esperé a mi novia en la cabaña y nos miramos con vergüenza. Nos preguntamos: “¿Qué tal” casi a la vez, y nos reímos. “Bien”, respondimos también casi a la vez. Nos marchamos de allí sobre las nueve de la noche y cuando llegamos a casa hicimos el amor durante horas.

No hubo preguntas, ni reproches, ni repetimos la experiencia y así seguimos nuestra relación absolutamente felices aún hoy. Lo que gané con el juego no lo sabría hasta las navidades siguientes. Mi regalo de navidad me dejó petrificado: mi novia me había comprado un arnés que llevaba incorporado un consolador ¡Pero era para ponérselo ella! La miré contrariado, avergonzado, no quería pensar lo que era evidente…
Si-me dijo ella- disfruté mucho viéndote a ti disfrutar, así que pensé que es mejor si DISFRUTAMOS JUNTOS…
                                 









1 comentario:

  1. Ey, a ver si organizais un paintball de estos de verdad...¡¡que ganas de jugar entran con el relatito!!

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