Llegaron
al apartamento donde Jaime pasaba esos días de vacaciones, él iba delante,
caminando sin prisa pero sin pausa, y seguían cogidos de la mano. Abrió la puerta marrón del piso, la siguió
guiando por la oscuridad, evitándole tropiezos con muebles desconocidos, hasta
que abrió la puerta de una terraza que daba a la montaña.
Allí
había un rincón chill out, un colchón cubierto por una sábana color naranja
dormía en un rincón, mientras plantas con flores rojas aparentaban estar pasando
una noche de fiesta, respirando el frescor de noche de ese agosto abrasador que
parecía empeñado en achicharrarlas durante el día.
Durante
el camino no habían hablado, y ahora, por primera vez, Jaime tapó las palabras
de ella que amenazaban con salirse de su boca dándole un beso profundo. Se
separaron las caras y él musitó:
-
Sólo
admito gemidos esta noche. Ningún otro sonido.
Grace
asintió.
Jaime
la llevó al colchón, se arrodillaron juntos y la sentó de espaldas a él.
Encendió una vela que había al lado, medio empezada, y cuyo aroma a vainilla se
instaló entre los dos. Él la besaba, le lamía toda la espalda, se inclinó sobre
ella y la hizo ponerse de rodillas. Seguía de espaldas a él. Y Grace,
excitadísima, hacía todo lo que él le ordenaba, sin atreverse a replicar ni
quererlo, deseando tan sólo que la penetrara, que la sodomizara, que hiciera lo
que quisiera pero que la llenara de una vez por todas. Todos sus vacíos,
incluido el del corazón.
Pero
Jaime tenía otros planes. Se quitó el
cinturón de su pantalón y le dio un pequeño latigazo en las nalgas.
A
Grace le gustó, fue una leve caricia. Quiso volverse para mirarlo pero él no se
lo permitió.
Otro
latigazo, más fuerte esta vez. En los muslos, debajo del hermoso culo de Grace.
A
ella le gustó, pero le dolió un poco. Sin embargo no quería parar, quería
llegar a más, y más y más.
Zas!
Zas! Zas! Jaime había descubierto que este juego les encantaba, sobre todo a
Grace, y se volvió como loco, tampoco él quería parar. Ella ya no podía más,
soltaba líquidos por todas partes. Él paró de azotarla, y suavemente acarició
su columna vertebral con dos dedos, siguió hasta abajo y le separó las piernas,
Grace ardía. Le tocó con ternura localizándole el punto de placer máximo. Zas!
Otro latigazo, de repente, sin esperárselo.
Ella
gritaba, no gemía. Era mucho más de lo que había imaginado. Nunca, en sus 34
años, había sentido algo igual. Él se adelantaba a las fantasías que siempre
había tenido y que nunca había sido capaz de expresar.
Él
la giró, cogiendo su barbilla. Se miraron a los ojos, se besaron con pasión.
Separaron de nuevo sus caras y él cogió la vela que seguía ardiendo al mismo
compás que sus cuerpos, con la misma temperatura. Hizo que Grace se tumbara boca arriba y ante
su mirada atónita, derramó la cera caliente por sus pechos, bajó al estómago,
los muslos…parecía esperma caliente que aún puso más a cien a Grace.
-
Fóllame,
por favor fóllame, por favor…-dijo Grace, susurrando, suplicando.
-
Error,
querida, el trato era sólo gemidos. Penalización, 8 latigazos, y si vuelves a
hablar, te quedas sin follar.
Jaime
sonrió de medio lado, y Grace pensó que era un cabrón, pero que le encantaba.
Además, la cera no le quemaba, o quizá era porque su temperatura era superior a
la de la vela.
Zas!
Zas! Zas! Y así hasta 8…en los muslos, en sus maravillosas rodillas, en sus
perfectos pies.
Y
entonces, sólo entonces, le abrió las piernas y la penetró con fuerza, cerrando
los dos los ojos y abriéndolos al cabo de unos segundos…para correrse juntos.
En
ese momento, el Sol de aquella mañana de agosto despertaba de su sueño, y
acompañó a Grace hasta el taxi que la llevaría de vuelta a su casa, a su cama
de soledad acompañada, a su Vida de cafés predecibles y cenas congeladas…pero
el fuego que Jaime le había encendido aún estaba vivo, y esas llamas con forma
de lengua tardarían mucho tiempo en apagarse.
La
verdad es que de camino a casa, Grace
pensó que no le importaría absolutamente nada arder en el infierno.